Nunca me han gustado los grupos. Tal vez sea porque no distingo cuando estoy en ellos a las personas.
Uno de los problemas que tiene todo grupo es que su ética deja mucho que desear al perder cada uno de sus integrantes parte de su identidad en aras del mismo.
Ni el bueno es tan bueno ni el malo es tan malo. El grupo es la conciencia de ambos.
El problema de decidir en grupo es que se puede pensar con ecuanimidad pero se actúa con parcialidad. Las posiciones blandas son rechazadas a las primeras de cambio y las más duras simplemente se suavizan y terminan imponiéndose.
Al final por puro egoísmo tribal, por no dejar de ser parte del grupo, vas cediendo en tus ideas más altruistas, por otras con las que sin estar plenamente identificado las vas adquiriendo como propias para así sentirte más fuerte arropado por la fuerza del grupo.
La posición más radical nunca cede y la posición más benevolente y comprensiva siempre cede por su misma forma intríseca de ser y pensar.
El más vale prevenir que curar y el cortar por los sano gana siempre al vamos a ver que pasa y no nos dejemos llevar por las apariencias ni primeras impresiones.
El borrego, en grupo, se transforma en el lobo más sanguinario y encima duerme tranquila su conciencia al verse respaldada por la conciencia del grupo.
Está escrito dale al fuerte poder y lo utilizará con benevolencia, dáselo al débil y se transformará en un déspota.
POSDATA.
Nunca me he sentido más solo ni he hecho más fechorías que cuando he estado en grupo.
Hay que ver que poca personalidad tiene uno.
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